El vino de hielo es la copa perfecta para las ocasiones especiales. Gracias a su consistencia almibarada con cuerpo y a su rico tono dorado líquido, el vino de postre se considera profundamente indulgente, a pesar de tener menos alcohol que la mayoría de los vinos, en torno al 10% ABV.
Exprimir uvas congeladas en pequeñas pero dulces concentraciones es una técnica que se remonta a la antigua Roma. En Alemania se considera una delicia casera desde finales del siglo XVIII, y en Norteamérica, el estilo parece haberse puesto de moda en la década de 1970, impulsado por un alemán en el valle canadiense de Okanagan.
Antes era una oportunidad para que los agricultores salvaran sus cosechas tras una helada imprevista, hacer vino de hielo es un arte en extinción. Cada vez son menos los bodegueros que dejan las uvas en la viña tras la cosecha, porque hoy en día ya no se puede contar con que llegue esa ola de frío.
En Alemania, que ahora es el segundo productor mundial de vino de hielo después de Canadá, el cálido invierno de 2019 dejó una situación sin precedentes: Todas las cosechas, menos una, fracasaron. «Debido al calentamiento global, la posibilidad de cosechar uvas de vino de hielo a menos 7 grados Celsius ha disminuido drásticamente en los últimos 10 años», dice Ernst Büscher, portavoz del Instituto Alemán del Vino.
Según Büscher, los vinos de hielo envejecen maravillosamente y pueden conservarse durante décadas. Y si el cambio climático sigue su curso, los vinos de hielo serán extremadamente raros o incluso no estarán disponibles si los productores ya no pueden elaborarlos. Ya se sabe que son caros, y los precios están subiendo. Así que tal vez sea el momento de guardar una botella (o media botella, como se suelen vender los vinos de hielo) antes de que sea demasiado tarde.