Un ejemplo de los principios hidropónicos que se utilizaban con éxito es el de los aztecas de América Central. Tribu nómada, fueron expulsados a la orilla pantanosa del lago Tenochtitlan, situado en el gran valle central de lo que hoy es México. Tratados con dureza por sus vecinos más poderosos y privados de toda tierra cultivable, los aztecas sobrevivieron gracias a su notable capacidad de invención. Como no tenían tierra para cultivar, decidieron fabricarla con los materiales que tenían a mano.
En lo que debió ser un largo proceso de ensayo y error, aprendieron a construir balsas de juncos y cañas, atando los tallos con resistentes raíces. A continuación, sacaron tierra del fondo poco profundo del lago y la apilaron sobre las balsas. Como la tierra procedía del fondo, era rica en una variedad de restos orgánicos, material en descomposición que liberaba grandes cantidades de nutrientes. En estas balsas, llamadas «chinampas», se plantaban verduras, flores e incluso árboles. Las raíces de estas plantas, empujando hacia una fuente de agua, crecían a través del suelo de la balsa y bajaban al agua.
Estas balsas, que nunca se hundían, a veces se unían para formar islas flotantes de hasta doscientos pies de largo. Algunas chinampas tenían incluso una cabaña para un jardinero residente. En los días de mercado, el jardinero podía posar la balsa cerca de un mercado, recogiendo y entregando verduras o flores a medida que los compradores las adquirían.
Por la fuerza de las armas, los aztecas derrotaron y conquistaron a los pueblos que antes los habían oprimido. A pesar del gran tamaño que finalmente adquirió su imperio, nunca abandonaron el sitio en el lago. Su pueblo, antaño tosco, se convirtió en una enorme y magnífica ciudad y las balsas, inventadas en una apuesta para evitar la pobreza, proliferaron para mantener la paz con las exigencias de la capital del centro de México.
La visión de estas islas asombró a los españoles conquistadores. De hecho, el espectáculo de una arboleda entera aparentemente suspendida en el agua debió ser desconcertante, incluso aterrador. William Orescott, el historiador que relató la destrucción del imperio azteca por los españoles, describió las chinampas como «islas errantes de verdor repletas de flores y vegetales que se movían como balsas sobre el agua». Las chinampas siguieron utilizándose en el lago hasta bien entrado el siglo XIX, aunque en un número muy reducido.
Los antiguos aztecas probablemente nunca pensaron que estaban creando una tecnología que podría utilizarse miles de años después; basándonos en lo que hemos aprendido de ellos hemos creado nuevas chinampas modernas.
El diorama, bellamente realizado por el equipo de Te Mahi, muestra lo exuberantes, coloridas y dinámicas que eran las chinampas.
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