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Navarra: Historia

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La población del norte y oeste de Navarra es en gran parte de origen vasco, y la historia temprana de la región es la de los vascos. El paso de Roncesvalles, que conduce de Francia a Navarra, hizo que la región tuviera una importancia estratégica en los primeros años de su historia. Los vascos se defendieron con éxito de los invasores moros y de los francos; la dominación de Carlomagno, que conquistó Navarra en el 778, duró poco. En el año 824, el caudillo vasco Iñigo Aritza fue elegido rey de Pamplona, que se amplió bajo sus sucesores y pasó a llamarse reino de Navarra. Alcanzó su apogeo bajo Sancho III (reinó 1000-1035), que se casó con la heredera de Castilla y gobernó casi toda la España cristiana.

A la muerte de Sancho los reinos españoles se dividieron de nuevo (en Navarra, Aragón y Castilla). El reino de Navarra comprendía entonces la actual provincia de Navarra, las Vascongadas (que luego se perdieron en favor de Castilla) y, al norte de los Pirineos, la comarca llamada Baja Navarra, hoy parte de Francia. En 1305, Navarra pasó a manos del rey Felipe IV de Francia. Navarra permaneció con la corona francesa hasta la muerte (1328) de Carlos IV, cuando pasó a la sobrina de Carlos, cuyo hijo, Carlos II (Carlos el Malo), desempeñó un papel importante en la Guerra de los Cien Años y en los disturbios civiles franceses de la época. En 1479, Navarra pasó, por vía matrimonial, a los condes de Foix y luego a la casa de Albret. Fernando V (Fernando el Católico), tras derrotar a Jean d’Albret, se anexionó la mayor parte de Navarra en 1515. La zona al norte de los Pirineos (Baja Navarra) siguió siendo un reino independiente hasta que se incorporó (1589) a la corona francesa cuando Enrique III de Navarra se convirtió en el rey Enrique IV de Francia. Se unió con Béarn en una provincia francesa.

Hasta la Revolución Francesa los reyes de Francia llevaban el título adicional de rey de Navarra. Como el resto de Navarra estaba en manos españolas, los reyes de España también llevaban (hasta 1833) el título de rey de Navarra. Durante este periodo, Navarra gozaba de un estatus especial dentro de la monarquía española; tenía sus propias cortes, sistema de impuestos y leyes aduaneras separadas. En 1833, Navarra se convirtió en el principal bastión de los carlistas, pero reconoció a Isabel II como reina en 1839. Como recompensa a su lealtad en la Guerra Civil, Franco permitió a los navarros mantener sus antiguos fueros, que eran cartas entregadas por la corona que esbozaban un sistema de autogobierno.

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