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Las tribus indias americanas y el racismo ambiental

Los indios americanos son indudablemente víctimas del racismo ambiental. La Comisión para la Justicia Racial descubrió que cerca del 50% de todos los indios americanos viven en comunidades con vertederos de residuos peligrosos no controlados (Asian Pacific Environmental Network 2002). No cabe duda de que, en todo el mundo, las poblaciones indígenas sufren un destino similar.

Para las tribus indígenas americanas, los problemas pueden ser complicados -y sus soluciones difíciles de alcanzar- debido a las complicadas cuestiones gubernamentales derivadas de una historia de privación de derechos institucionalizada. A diferencia de otras minorías raciales de Estados Unidos, las tribus de nativos americanos son naciones soberanas. Sin embargo, gran parte de sus tierras se mantienen en «fideicomiso», lo que significa que «el gobierno federal tiene el título de la tierra en fideicomiso en nombre de la tribu» (Oficina de Asuntos Indígenas 2012). Algunos casos de daños medioambientales surgen de este cruce, en el que el título del gobierno estadounidense ha significado que actúa sin la aprobación del gobierno tribal. Otros factores importantes que contribuyen al racismo medioambiental que sufren las tribus son el traslado forzoso y los engorrosos trámites burocráticos para recibir los mismos beneficios de reparación que se conceden a los no indios.

Para entender mejor cómo sucede esto, consideremos algunos casos de ejemplo. El hogar de la banda de indios goshute de Skull Valley fue elegido como lugar para un vertedero de residuos nucleares de alto nivel, en medio de acusaciones de un pago de hasta 200 millones de dólares (Kamps 2001). Keith Lewis, un defensor indígena de los derechos de los indios, comentó esta compra, después de que su pueblo soportara décadas de contaminación por uranio, diciendo que «no hay nada moral en tentar a un muerto de hambre con dinero» (Kamps 2001). En otro ejemplo, la zona de Yucca Mountain de los Shoshone occidentales ha sido perseguida por las empresas mineras por sus ricos almacenes de uranio, una amenaza que se suma a la exposición a la radiación existente que sufre esta zona por las pruebas de bombas nucleares estadounidenses y británicas (Environmental Justice Case Studies 2004). En la zona de las «cuatro esquinas», donde confluyen Colorado, Utah, Arizona y Nuevo México, un grupo de familias hopi y navajo han sido desalojadas a la fuerza de sus hogares para que las tierras puedan ser explotadas por la compañía minera Peabody para obtener carbón valorado en 10.000 millones de dólares (American Indian Cultural Support 2006). Años de extracción de uranio en las tierras de los navajos de Nuevo México han provocado graves consecuencias para la salud, y ha sido difícil conseguir reparaciones; además de la pérdida de vidas, se han contaminado las casas y otras instalaciones de la población (Frosch 2009). En otro caso, los miembros de los chippewa, cerca de White Pine (Michigan), no pudieron detener el transporte de ácido sulfúrico peligroso a través de las tierras de la reserva, pero su activismo ayudó a poner fin al proyecto minero que utilizaba el ácido (Environmental Justice Case Studies 2004).

Estos ejemplos son sólo algunos de los cientos de incidentes a los que se han enfrentado y contra los que siguen luchando las tribus indígenas americanas. Lamentablemente, el maltrato a los habitantes originales de la tierra continúa a través de esta institución de racismo ambiental. ¿Cómo podría el trabajo de los sociólogos ayudar a llamar la atención -y eventualmente mitigar- este problema social?

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