Tito

Tito, tras servir en Britania y Alemania, comandó una legión a las órdenes de su padre, Vespasiano, en Judea (67). Tras la muerte del emperador Nerón en junio del 68, Tito promovió enérgicamente la candidatura de su padre a la corona imperial. Licinio Muciano, legado de Siria, a quien reconcilió con Vespasiano, consideró que una de las mayores bazas de Vespasiano era tener un hijo y un heredero tan prometedor. Nada más ser proclamado emperador en el 69, Vespasiano encargó a Tito la guerra judía, y una campaña a gran escala en el 70 culminó con la toma y destrucción de Jerusalén en septiembre. (El Arco de Tito, aún en pie a la entrada del Foro Romano, conmemora su victoria.)

Las tropas victoriosas en Palestina instaron a Tito a que se las llevara con él a Italia; se sospecha que actuaron siguiendo sus indicaciones y que estaba considerando algún tipo de desafío a su padre. Pero finalmente regresó solo en el verano del 71, triunfó conjuntamente con Vespasiano y fue nombrado comandante de la Guardia Pretoriana. También recibió poder tribunicio y fue colega de su padre en la censura del 73 y en varios consulados. Aunque Vespasiano había evitado de diversas maneras hacer de Tito su propio igual, el hijo se convirtió en el brazo militar del nuevo principado y es descrito por Suetonio como particeps atque etiam tutor imperii («partícipe e incluso protector del imperio»). Como tal incurrió en la impopularidad, agravada por sus relaciones con Berenice (hermana del sirio Herodes Agripa II), que vivió con él durante un tiempo en el palacio y esperaba convertirse en su esposa. Pero los romanos tenían recuerdos de Cleopatra, y el matrimonio con una reina oriental repugnaba a la opinión pública. En dos ocasiones tuvo que destituirla a regañadientes, la segunda justo después de la muerte de Vespasiano.

En el año 79 Tito reprimió una conspiración, sin duda relacionada con la sucesión, pero, cuando Vespasiano murió el 23 de junio, le sucedió rápida y pacíficamente. Sus relaciones con su hermano Domiciano eran malas, pero en otros aspectos su breve gobierno fue inesperadamente popular en Roma. Era extraordinariamente apuesto, cultivado y afable; Suetonio lo llamó «el favorito de la raza humana». Su éxito se debió en gran medida a los grandes gastos, algunos de los cuales fueron puramente personales, pero también a la generosidad pública, como la ayuda a Campania tras la erupción del Vesubio en el año 79 y la reconstrucción de Roma tras el incendio del año 80. Terminó la construcción del Anfiteatro Flavio, más conocido como el Coliseo, y lo inauguró con ceremonias que duraron más de 100 días. Su repentina muerte a los 41 años fue supuestamente acelerada por Domiciano, que se convirtió en su sucesor como emperador.

Tito se casó dos veces, pero su primera esposa murió, y se divorció de la segunda poco después del nacimiento (c. 65) de su única hija, Flavia Julia, a la que concedió el título de Augusta. Se casó con su primo Flavio Sabino, pero tras la muerte de éste en el 84 vivió abiertamente como amante de su tío Domiciano.