Por Bob Holmes
Los vertebrados terrestres pueden respirar por la nariz gracias a una reordenación anatómica de las fosas nasales al estilo de los peces. Esa misma reordenación podría explicar por qué los labios leporinos y los paladares hendidos son defectos de nacimiento comunes en los seres humanos.
Los conductos nasales de los vertebrados terrestres difieren drásticamente de los de sus antepasados peces. En los peces, la nariz es independiente de la boca y la garganta. El agua entra en el saco nasal a través de un par de fosas nasales y sale por un segundo par.
En cambio, los vertebrados terrestres -conocidos técnicamente como tetrápodos, por sus cuatro extremidades- tienen conductos nasales que se abren al exterior a través de un par de fosas nasales externas, y a la garganta a través de un par de fosas nasales internas o coanas.
Muchos biólogos sospechan que las coanas evolucionaron a partir de un par de fosas nasales de peces que migraron durante millones de años a una nueva posición dentro de la garganta. Para ello, sin embargo, las fosas nasales tendrían que haber atravesado la línea de dientes en algún momento, un movimiento que los escépticos consideran poco probable.
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Intermedio perfecto
Sus dudas deberían desaparecer, gracias a una cuidadosa reconstrucción de varios cráneos fosilizados del ancestro más primitivo conocido de los tetrápodos, un pez conocido como Kenichthys campbelli, procedente de Yunnan, China. En Kenichthys, el segundo par de fosas nasales no se abre ni externa ni internamente, sino directamente en un hueco de la fila de dientes (Nature, vol 432, p 94).
«Es como si tuviéramos una fosa nasal situada en el margen de la mandíbula superior, entre el canino y el incisivo adyacente», dice Per Ahlberg, de la Universidad de Uppsala (Suecia), que realizó el estudio con Min Zhu, del Instituto Chino de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología (IVPP) de Pekín.
En definitiva, Kenichthys es un intermedio perfecto, dice John Maisey, paleontólogo de vertebrados del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York.
Los embriones humanos en desarrollo tienen un hueco en el mismo lugar de la mandíbula superior, que más tarde se fusiona. Si no se fusiona, el resultado es un paladar hendido o un labio leporino. Lo más probable, pues, es que estos defectos de nacimiento surjan del mismo proceso de desarrollo que nos dio la capacidad de respirar por la nariz, dice Ahlberg.