Hacia una nueva definición de salud mental
Conscientes de que las diferencias entre países en cuanto a valores, culturas y antecedentes sociales pueden dificultar la consecución de un consenso general sobre el concepto de salud mental, nos propusimos elaborar una definición inclusiva, evitando en lo posible las afirmaciones restrictivas y ligadas a la cultura.
El concepto de que la salud mental no es simplemente la ausencia de enfermedad mental (1,8) fue respaldado unánimemente, mientras que la equivalencia entre salud mental y bienestar/funcionamiento no lo fue, y se redactó una definición que deja espacio para una variedad de estados emocionales y para el «funcionamiento imperfecto».
La definición propuesta se recoge a continuación:
La salud mental es un estado dinámico de equilibrio interno que permite a los individuos utilizar sus capacidades en armonía con los valores universales de la sociedad. Las habilidades cognitivas y sociales básicas; la capacidad de reconocer, expresar y modular las propias emociones, así como de empatizar con los demás; la flexibilidad y la capacidad de hacer frente a los acontecimientos vitales adversos y funcionar en los roles sociales; y la relación armoniosa entre el cuerpo y la mente representan componentes importantes de la salud mental que contribuyen, en diversos grados, al estado de equilibrio interno.
Se considera necesario añadir una nota que explique lo que se entiende en la definición por la expresión «valores universales», a la luz del uso equívoco de esta expresión en determinadas circunstancias políticas y sociales. Los valores a los que nos referimos son: el respeto y el cuidado de uno mismo y de los demás seres vivos; el reconocimiento de la conexión entre las personas; el respeto al medio ambiente; el respeto a la libertad propia y ajena.
El concepto de «estado dinámico de equilibrio interno» pretende reflejar el hecho de que las diferentes épocas de la vida requieren cambios en el equilibrio alcanzado: las crisis de la adolescencia, el matrimonio, el convertirse en padre o la jubilación son buenos ejemplos de épocas de la vida que requieren una búsqueda activa de un nuevo equilibrio mental. Este concepto también incorpora y reconoce la realidad de que las personas mentalmente sanas pueden experimentar emociones humanas apropiadas -incluyendo, por ejemplo, el miedo, la ira, la tristeza y la pena- y, al mismo tiempo, poseer suficiente resiliencia para restablecer a tiempo el estado dinámico de equilibrio interno.
Todos los componentes propuestos en la definición representan aspectos importantes pero no obligatorios de la salud mental; de hecho, pueden contribuir en distinto grado al estado de equilibrio, de modo que unas funciones plenamente desarrolladas pueden compensar una deficiencia en otro aspecto del funcionamiento mental. Por ejemplo, una persona muy empática, muy interesada en el intercambio mutuo, puede compensar un grado moderado de deterioro cognitivo y seguir encontrando un equilibrio satisfactorio y perseguir sus objetivos vitales.
A continuación se exponen las principales razones que subyacen a la elección de los componentes incluidos en la definición.
Las habilidades cognitivas y sociales básicas se consideran un componente importante de la salud mental a la luz de su impacto en todos los aspectos de la vida cotidiana (12-15). Las habilidades cognitivas incluyen la capacidad de prestar atención, recordar y organizar información, resolver problemas y tomar decisiones; las habilidades sociales implican la capacidad de utilizar el propio repertorio de habilidades verbales/no verbales para comunicarse e interactuar con los demás. Todas estas habilidades son interdependientes y permiten a las personas funcionar en su entorno. La referencia al nivel «básico» de estas habilidades pretende aclarar que los grados leves de deficiencia son compatibles con la salud mental, mientras que los grados moderados y graves de deficiencia, especialmente si no se equilibran con otros aspectos, pueden requerir el apoyo de otros miembros de la sociedad y una serie de incentivos sociales, como la facilitación de oportunidades laborales, prestaciones económicas o programas de formación ad hoc.
La regulación emocional, es decir, la capacidad de reconocer, expresar y modular las propias emociones, también se considera un componente importante de la salud mental (16). Se ha propuesto como un mediador de la adaptación al estrés (17,18), y se ha encontrado una relación entre la regulación emocional inapropiada o ineficaz y la depresión en estudios clínicos y de neuroimagen (19-22). Una variedad de opciones de respuestas emocionales moduladas, que pueden ser empleadas de forma flexible, contribuyen a la salud mental de un individuo, y la alexitimia (es decir, la incapacidad de identificar y expresar las propias emociones) es un factor de riesgo para los trastornos mentales y físicos (23,24).
La empatía, es decir, la capacidad de experimentar y comprender lo que sienten los demás sin que haya confusión entre uno mismo y los demás, permite a los individuos comunicarse e interactuar de forma eficaz y predecir las acciones, intenciones y sentimientos de los demás (25). La ausencia de empatía no sólo es un factor de riesgo para la violencia y una característica del trastorno antisocial de la personalidad, sino que también perjudica las interacciones sociales a todos los niveles.
La flexibilidad y la capacidad para hacer frente a los acontecimientos adversos también se consideran importantes para el mantenimiento de la salud mental. La flexibilidad se refiere a la capacidad de revisar un curso de acción ante dificultades u obstáculos imprevistos, cambiar las propias ideas a la luz de nuevas evidencias y adaptarse a los cambios que puedan requerir las diferentes épocas de la vida o las situaciones contingentes. La falta de flexibilidad puede dar lugar a una gran angustia para una persona que experimenta cambios vitales repentinos y/o importantes, y es un aspecto importante de varios trastornos psiquiátricos, como la personalidad obsesiva o el trastorno delirante (26).
La capacidad básica de funcionar en roles sociales y de participar en interacciones sociales significativas es un aspecto importante de la salud mental y contribuye particularmente a la resiliencia contra la angustia; sin embargo, la exclusión social y la estigmatización a menudo perjudican la participación social, por lo que cualquier definición de salud mental que aluda a este aspecto tiene que evitar «culpar a la víctima» y analizar cuidadosamente los patrones sociales de estigmatización, discriminación y exclusión que perjudican la participación (27).
La inclusión de una relación armoniosa entre el cuerpo y la mente se basa en el concepto de que la mente, el cerebro, el organismo y el entorno están fuertemente interconectados, y la experiencia global de estar en el mundo no puede separarse de la forma en que el propio cuerpo se siente en su entorno (28). Las alteraciones de esta interacción pueden dar lugar a experiencias psicóticas, trastornos de la alimentación, autolesiones, trastorno dismórfico corporal o mala salud física.